En la última reunión del
Instituto Milken a la que asistió en Los Angeles el presidente Javier Milei y
en la que volvió a encontrarse con Elon Musk, el dueño de Tesla, Eric Martel,
presidente y CEO de Bombardier, fabricante canadiense de aviones, expuso sobre
“Naftas Sostenibles de Aviación” (Sustainable Aviation Fuels, SAF, según su
sigla en inglés).
El flight shaming, dijo, por
la crítica a la emisión de Gases de Efecto Invernadero (GEI) y el escaso aporte
del transporte aéreo a la lucha contra el cambio climático, está aumentando,
porque si bien el sector explica una parte menor de los GEIs, durante décadas
no hizo progresos para achicar su huella ambiental.
La electrificación y el
hidrógeno no son alternativas a la vista. Pueden llevarte al aeropuerto, dijo
Martel, pero no de un país o de un continente a otro, debido a la energía que
requiere volar miles de kilómetros con miles de toneladas a cuestas.
Aun si la densidad
energética de esas tecnologías tuviera la progresión de la Inteligencia
Artificial, precisó Martel, un vuelo en un avión eléctrico de pasajeros de Los
Ángeles a Singapur sería factible recién a fines del actual milenio.
Presión
y normas ambientales
Lo cierto es que la presión
ambiental, ya traducida en legislación y normas en EEUU y Europa, está moviendo
a la cadena aerocomercial, desde fábricas de aviones, compañías aéreas y
petroleras hasta llegar a empresas semilleras y a la agricultura.
Azuzadas por la industria
aerocomercial y nuevas normas ambientales que exigen contribuir a la
descarbonización del planeta, las petroleras están construyendo refinerías para
hacer biofuels aeronáuticos (SAF), una nueva generación de biocombustibles, que
tiene estrictos requisitos: no competir con la alimentación, tener baja huella
ambiental, con cuidado del suelo y del ambiente, certificado por normas
internacionales.
En ese contexto, en 2023 una
alianza entre la cerealera Bunge y la petrolera norteamericana Chevron compró
la semillera argentina Chacras Servicios para impulsar la producción de
camelina, colza y cártamo como cultivos bioenergéticos, mediante contratos de
provisión de semilla, asesoramiento y compra de cosecha.
Más recientemente, se firmó
un acuerdo entre otro trader global, LDC, con Bayer y Clean Energy Holdings,
para el cultivo de camelina y carinata, que a su vez también impulsa la
australiana Nuseed.
Aguas abajo de la cadena, la
finlandesa Neste, gracias a su refinería en Singapur, es hoy por hoy el
principal productor mundial de SAF.
“La camelina nos va a llevar
en los aviones de Ezeiza a Europa, a EEUU y a cualquier parte del mundo: va a
depender de nosotros si la importamos de Uruguay o de Brasil o la producimos en
Argentina y se la vendemos al resto del mundo”, dijo -citando a uno de los
combustibles bioenergéticos y a dos países vecinos- Gustavo Idígoras,
presidente del Centro de la Industria Aceitera y de la Cámara de Exportadores
de Cereales de la Argentina (Ciara-CEC).
¿Qué
dicen los productores argentinos que hicieron punta?
Guillermo Vassia, del Grupo
Quemú, que trabaja entre propias y de terceros unas 35.000 hectáreas en La
Pampa y el Oeste bonaerense y provee servicios a otros productores, cuenta que
en 2023 sembraron 1.000 hectáreas y este año harán unas 2.500 de camelina.
“Tuvimos que cuotificarla, porque no dábamos abasto”, contó a Infobae.
“Hace unos 6 años nos
replanteamos lograr mayor sostenibilidad, producir con igual o mejores rindes y
mejor impacto ambiental mediante mejor manejo, menos insumos y menos uso de
fitosanitarios. Eso exige estar encima de cada lote, en vez de aplicar recetas.
Medimos el coeficiente de impacto ambiental (EIQ) de cada cultivo, para bajarlo
año a año y para eso lo fundamental es el manejo”, explicó Vassia.
Aprovechar espacios es
clave. “Generalmente los cultivos son anuales y vamos rotando, pero entre un
cultivo y otro hay vacíos. Un desafío para reducir el uso de fitosanitarios es
aprovechar los meses de abril a diciembre, entre los ciclos de soja y maíz. Si
se barbecha, hay que pulverizar para limpiar el campo de malezas y cuidar la
humedad. En cambio, sembrando camelina, se logra que el suelo “esté vivo” y no
crezcan malezas, subrayó Vassia.
Dos
ventajas
“Son dos ventajas: uso el
suelo y disminuyo el uso de fitosanitarios”, explicó el presidente del
directorio del Grupo Quemú, que ya había probado otros cultivos “de servicio”,
como el centeno, para combatir malezas y cuidar el agua del suelo. Un atractivo
de la camelina, subrayó, es que cabe perfectamente en la ventana de la zona,
porque se siembra en junio, después de la cosecha de soja, y se cosecha en
noviembre, antes de sembrar maíz. La camelina, explicó, “es curtida, no es muy
exigente en agua ni muy susceptible al clima y combate bien las malezas”. Y a
diferencia de otros cultivos de servicio, se cosecha a tiempo.
“Así puedo solventar gastos
e incluso tener renta donde antes tenía costos, y es un cultivo de baja huella
de carbono, que también queremos bajar en maíz y soja con un esquema de
sostenibilidad. Toda la camelina la hacemos con Bunge y con Chacras Servicios.
Es una ventaja, resaltó: “En un cultivo nuevo, la duda es quién te puede
asesorar en la parte productiva y quién te va a comprar la cosecha; acá ambas
cosas están solucionadas”.
Desde Córdoba, Emiliana
Solís Wahnish, gerente de producción de Cadewor, una empresa familiar fundada
por su padre que siembra en total unas 18.000 hectáreas entre Córdoba, San
Luis, Santa Fe y Santiago del Estero, probó con colza como cultivo bioenergético.
“Entramos en el programa de
bioenergías y sustentabilidad porque la colza tiene premios por criterios de
sustentabilidad y la vimos como alternativa a los cultivos de invierno:
requiere menos agua y se amolda bien a zonas no tan trigueras”, explicó Emiliana,
que en 2023 fue a ver la experiencia de Uruguay y decidió probar con 300
hectáreas en la Argentina: 150 cerca de La Para, en Córdoba, y 150 en Pozo
Borrado, en el noroeste de Santa Fe, cerca del límite con Santiago del Estero.
Densidad
y genética
“Como toda prueba, no salió
tan bien como esperábamos, porque no acertamos con la densidad de siembra y la
genética”, reconoce la agrónoma. Igual, este año multiplicarán la experiencia
por 8, sembrando 1.200 hectáreas entre La Para y Gütemberg, en Córdoba, y el
noroeste de Santa Fe.
“Son zonas de poca agua,
unos 800 milímetros anuales; la colza nos sirve como cultivo de cobertura de
abril a noviembre. Cosechás granos y mantenés el suelo cubierto. Nos permitió
mejorar suelos salinos con buena respuesta durante el invierno. Es más versátil
que el trigo, por menor requerimiento hídrico. La sembramos como cultivo de
invierno, con fertilización fosforada y nitrogenada de arranque. Te mantiene el
suelo cubierto en invierno, no te quita tanta agua para los cultivos de verano
y tenés premios y bonificaciones por aceite. Además, una vez que te certifican
los lotes, ya quedan certificados para cultivos sustentables de verano, como la
soja”, detalló a Infobae.
Los lotes de Santa Fe
suceden a girasol de segunda (tardíos) y luego de la colza se puede sembrar
maíz, porque el suelo queda bien nitrogenado, “aunque este año haremos soja o
girasol, no maíz, por la chicharrita (vector de una plaga que esta campaña ya
rebanó más de 10 millones de toneladas la cosecha maicera), que sí haríamos en
un año normal”, dijo Emiliana.
“La colza mantendrá los
suelos cubiertos y los lotes limpios de malezas y destruirá el “puente verde” a
la chicharrita, porque hay que mantener los lotes limpios de gramíneas, y nos
permitirá entrar a los cultivos de verano con lotes limpios”, explicó la
emprendedora.
“Por cuestiones técnicas de
rinde y genética, en esta campaña optamos por híbridos cortos para aprovechar
las lluvias de ahora y liberar los lotes antes. Aparte de mantener el suelo
cubierto, la colza es eficiente en el uso de agua y permite biodiversidad en
suelo e insectos. Y eso te mejora el medio ambiente, porque si usás
agroquímicos son de banda verde”, concluyó la ingeniera agrónoma.
En Entre Ríos, Matías
Ayerza, de la firma familiar fundada por su padre, Alejandro Ayerza, en 2005,
contó que habían probado con colza hace diez años, cuando no había la variedad
de híbridos que hay ahora. “Tuvimos buenos años, con rindes de 1.700/1.800
kilos por hectárea, pero exigía un manejo muy aceitado y si te agarraba un
temporal perdías hasta el 70% del cultivo, por la llamada dehiscencia (cuando
se abre la vaina o chaucha) y se pierden los granos.
Pero ahora, contó Ayerza a
Infobae, aparecieron la carinata e híbridos de colza sin dehiscencia y se puede
sembrar sin riesgo de pérdida de cosecha. Antes -prosiguió- la maduración era
despareja. Hoy, con carinata la experiencia es que la pérdida de granos es
mínima y se puede hacer cosecha directa. Igual con la colza, aunque es un poco
menos dehiscente que la carinata, aunque sensible a las heladas antes de llegar
al estado de roseta.
En 2023 los Ayerza sembraron
2.500 hectáreas de carinata y 500 de colza. “Para nosotros es clave la rotación
con gramíneas, trigo y soja y maíz, da un montón de beneficios. La idea es
meter un cultivo más en la rotación. Sembramos maíz temprano y arriba la
carinata y la colza temprano y esquivamos las heladas. La rotación clásica que
hacíamos era maíz de primera en el año 1, soja de primera en el año 2 y trigo y
soja en el tercero. Con la carinata y la colza metemos otro cultivo sin
desplazar al trigo”, precisó.
Ayerza reconoce algunas
cuestiones a tener en cuenta. Por caso, dijo, “la carinata sobre maíz no es
fácil; la semilla es muy chiquita y se siembra a dos o tres centímetros de
profundidad. Según la cantidad de rastrojo que haya, hay que pasar rastra
diamante. El otro desafío es que deja un rastrojo enorme, de cañas muy duras, y
antes de sembrar soja hay que rolear para picar y moler el rastrojo”.
Entre Ríos suele ser muy
llovedor y exige ser cuidadoso con la erosión del suelo. He ahí otra ventaja de
los cultivos bioenergéticos. “Antes teníamos barbecho de marzo a noviembre,
ahora metemos un cultivo más (carinata o colza), el suelo queda cubierto y se
evita la erosión con un cultivo aprovechable. Así, en vez de cuatro cultivos,
hacemos cinco diferentes en tres años, nos da mejor margen bruto y la
rentabilidad es bastante más importante”, contó Ayerza.